Pandora's Box

sábado, setiembre 23, 2006

Hay barullo en el resorte....


* El humor, frecuentemente devaluado como expresión artística, es una materia prima primordial de la construcción literaria, porque, además de divertir, tiene la cualidad de retratar conductas humanas y convocar a la reflexión. HUGO ACEVEDO

"Hay barullo en El Resorte" es una antología de textos inéditos de Don Verídico, el legendario personaje creado por el inolvidable Julio César Castro (Juceca).
El libro reconstruye el mundo de ficción del célebre escritor y narrador oral fallecido en 2003, que transita por los territorios del humor desenfadado, la tradición y la identidad uruguaya.
Los textos que integran este trabajo, cuya recopilación estuvo a cargo su compañera María Inés Baldovino, permiten un regocijante reencuentro con personajes tan famosos como inefables, que fueron inmortalizados por la pluma y la voz de Juceca.
Esta selección reconstruye tramos cruciales de la voluminosa producción del autor, que supo imprimir a su obra una identidad peculiar, que trascendió más allá de su mera desaparición física.
En esta suerte de legado literario impregnado de fino trazo irónico, el lector reconoce el genio y la versátil creatividad de una figura emblemática de nuestra cultura.
Con el humor tierno y a la vez filoso que le caracterizaba, Julio César Castro rinde -en ausencia- un homenaje a quienes le recuerdan con admiración, convocándonos a transitar los itinerarios del cuento, con esa calidez tan particular que perdura en el imaginario colectivo de los uruguayos.
En los relatos contenidos en este libro de más de doscientas páginas, se identifica claramente la impronta de de este auténtico arquitecto de la sátira, a menudo inocente y, en otros casos, punzante y hasta despiadada.
Para el atento lector, ingresar al legendario boliche El Resorte, que nació junto a Don Verídico hace más de cuarenta años, comporta toda una experiencia de redescubrimiento de la matriz del cuento uruguayo, tan devaluado contemporáneamente por falta de imaginación y talento literario.
Estos relatos atesoran naturalmente múltiples historias tan inefables como su propio creador, recurrente partero de fantasías, situaciones absurdas y personajes peculiares.
Como es habitual en la obra del gran Juceca, más que las meras circunstancias, lo primordial de las historias son sus personajes, que reproducen y amplifican todo lo grotesco de la fauna humana.
La diversidad cultural que imprime el autor a sus paisajes literarios, se traduce, por ejemplo, en el desopilante periplo de borrachos, solitarios, paisanos "cansados" de no hacer nada, solteronas crónicas, sonámbulos, avaros, peones que no se bañan ni el día de su cumpleaños y todo un extenso calidoscopio humano.
El mundo del mítico narrador expone siempre una singular riqueza, porque retrata al hombre común inmerso en su peripecia y cotidianidad, sin ambages ni cosméticos subterfugios.
Esa frontalidad transformó a Julio César Castro en un privilegiado intérprete de psicologías humanas, más allá de la ficción y la fantasía, materia prima que el autor manipuló siempre con singular sabiduría.
Juceca tuvo siempre la virtud de asimilar sus historias a los nuevos tiempos históricos, sin para ello renunciar a los espacios físicos y los personajes que le hicieron famoso.
En ese contexto, no es extraño escuchar el estridente sonido de un teléfono celular en un boliche de campaña ni asociar las expectativas climáticas al tan promocionado "Fenómeno del Niño".
La pluma de Juceca dibuja micromundos íntimos pero también paisajes humanos inmersos en una atmósfera deliberadamente desmesurada. En ese contexto, la clave es siempre la aguda observación de actitudes humanas casi siempre grotescas, de seres que construyen cotidianamente sus propios destinos en pueblos olvidados y hasta marginales.
La ubicación geográfica no es precisa ni relevante. Lo primordial es esa pintura de ambientes tan nuestra y una suerte de topografía literaria que explora lo entrañable de la identidad nacional.
Julio César Castro no oculta naturalmente su habitual veta picaresca, cuando, en un regocijante cuento titulado "Hay que aguantar la parada", alude irónicamente a las disfunciones sexuales masculinas y a un conocido afrodisíaco de consumo masivo.
El libro está naturalmente poblado de seres humanos insólitos. Esa fauna del autor abreva de la inspiración literaria, pero también de una frondosa imaginación que discurre entre el absurdo y la más destemplada hilaridad.
Esos territorios cuasi surrealistas de personas gastadas por la rutina pueblerina, suelen transformarse en escenarios de delirantes episodios, toda vez que arriba un forastero que pone en guardia a los lugareños y a los comensales de "El Resorte".
Ese boliche de mala muerte es un ámbito público y a la vez privado con identidad propia, en el que los extraños casi nunca son bien recibidos.
Allí se tejen miles de historias del pasado y el presente que recoge el narrador, de escasos éxitos y rotundos fracasos, de vivos y difuntos, de aparecidos, de matrimonios malogrados y solterías eternas, de viudas y viudos alegres o tristes.
Sin embargo, aún los sucesos de mayor crudeza, son narrados mediante un humor de trazo vitriólico y de una singular elocuencia.
En tantos fragmentos de vida condensados en esta obra de relatos inéditos, hay espacio incluso para la memoria, que atesora nombres de quienes ya no están, que son ausencia y a la vez presencia.
Esas voces literarias a menudo impregnadas de nostalgia, reinventan igualmente la regocijante experiencia de estar vivo. La evocación de personajes de la estatura de "Paco" Espínola, Juan José Morosoli, Juan Carlos Onetti y Marosa Di Giorgio, entre otros paradigmas de nuestras letras, asumen, en este caso, una dimensión de tributo.
Otro de los ejes vertebrales de la narrativa de Juceca que está presente en esta selección, es la superstición, esa mezcla de ignorancia y creencia en algo sobrenatural que suele derivar en pánico y miedo a lo desconocido.
Hay, naturalmente, más de un relato cuya materia es la superchería, que discurre entre la presencia de presuntos fantasmas hasta la denominada luz mala.
Como si se tratara de un psicólogo, el autor también observa los comportamientos humanos habituales en un día de elecciones, en lo que constituye una auténtica fiesta de la democracia. Obviamente, no faltan reclamos sobre necesidades básicas insatisfechas y promesas que el tiempo casi siempre se encarga de sepultar durante cinco años.
El autor juega también jocosamente con el tiempo, con la extinción del siglo XX y el nacimiento del siglo XXI, que es asumido con absoluta indiferencia. Es que en algunos de los espacios geográficos que describe el legendario escritor, un día suele ser idéntico al siguiente.
Estas historias narradas con humor intransferible, retratan al hombre del Interior que asume la vida con una actitud diferente, porque se las ingenia para no soportar la agobiante sensación de vértigo que sí experimenta el habitante de la ciudad.
Juceca exalta en su obra la cultura del chisme, una suerte de industria para los habitantes del barrio, el pueblo chico y aún los grandes centros urbanos.
En esta obra, el ya legendario cuentista elabora y reelabora a partir de la materia prima de la imaginación, que abreva a su vez de la realidad y de la tradición.
En ese boliche tan particular, en el que todos son protagonistas, transcurren las bucólicas rutinas de los comensales que integran una suerte de cofradía, incluyendo también a un gato que es casi tan humano como sus dueños.
Los personajes de Juceca son ricos por su diversidad. Cada criatura literaria nacida de la pluma del desaparecido cuentista uruguayo, representa un arquetipo humano particular.
Ello corrobora el talento del autor para observar y decodificar conductas humanas.
Aunque como se sabe Julio César Castro era oriundo de Montevideo, captó y plasmó ­como pocos- la idiosincrasia del hombre de tierra adentro, con sus costumbres y rasgos más peculiares.
Sin embargo, no sería ciertamente atinado encasillar a Juceca dentro del género nativista, una voz literaria que sigue siendo tan lisonjeada como vituperada.
La creación de Juceca tiene particularmente como impronta la exageración y la desmesura, que recorre ambientes, situaciones y personajes.
Ese Don Verídico, que es una suerte de alter ego del escritor, es un paradigma del cuentista y el narrador oral, que siempre elabora un discurso de identidad propia para amplificar lo que narra.
La fantasía gotea en cada historia, que mixtura lo cotidiano con el mito, fuente siempre insoslayable de la literaria de matriz vernácula.
"Hay barullo en El Resorte" es una suerte de legado de Julio César Castro a la posteridad, que, en el decurso de su extensa y fecunda carrera, construyó una auténtica mitología del cuento uruguayo.
(Editorial Planeta)
posted by Caro at 3:29 p. m.

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